Características y tratamientos para la alopecia androgenética y areata

Si bien hay que decir que existen muchos tipos de alopecia, es decir, caída o falta de crecimiento del cabello, la alopecia androgénica y la areata, son los dos tipos más comunes. Puntualmente la primera es la más habitual de diagnosticar, y según estadísticas actuales, entre ambos tipos afectan a alrededor del 90% de los hombres mayores de 21 años.

Este elevado porcentaje a tan corta edad se refiere a algún tipo de recesión del cabello, que en la mayoría de los casos sigue su curso con el paso de los años. En el caso de los mayores de 40 años, las alopecias ya diagnosticadas como tales, afectan a alrededor del 50 % de los hombres, los cuales presentan la zona de la coronilla o las entradas despoblada.

Las responsables de esta afección, que en muchos hombres y mujeres suele tener desagradables consecuencias psicológicas, como la inseguridad o la baja autoestima, son la enzima 5-alfa-reductasa, y la hormona testosterona. La acción de la enzima es convertir la testosterona en  dihidrotestosterona (DHT); esta última reduce los folículos produciendo rigidez en las membranas del cuero cabelludo. Todo este proceso produce la activación de las glándulas sebáceas, dando lugar a un cuero cabelludo graso.

Este ataque a la raíz y base de un pelo que debería ser sano, hace que las estructura folicular se vaya miniaturizando, hasta producir que los nuevos crecimientos conlleven cabellos más finos y débiles de lo normal. Con el paso del tiempo los folículos se atrofian, y el cabello que se cae o retrae, no es reemplazado por pelo nuevo.

En el caso de la alopecia androgenética, las investigaciones han determinado que la predisposición genética influye sobre la DHT debilitando al folículo piloso. En los hombres con esta predisposición genética se produce la siguiente influencia:

1)    Se acorta el tiempo de la fase de crecimiento llamada anágera.

2)    Los folículos se miniaturizan produciendo un cabello más fino.

3)    La cantidad de cabello que cubre nuestras zonas craneales se reduce significativamente.

Quizá parezca una obviedad marcarlo, pero el primer paso es acudir a un dermatólogo especializado para que nos diagnostique el tipo de alopecia que sufrimos. Dentro de todas las posibilidades de diagnóstico, lo mejor sería que no nos diagnostiquen una alopecia androgenética, puesto que con el resto de alopecias la solución casi siempre es posible, y los tratamientos son muy diversos, y no suelen ser costosos.

Los tipos de alopecia que no son de origen androgenético, suelen tener un origen en la higiene, la alimentación, los malos hábitos, y el estrés. Este último, sobre todo en nuestra vida moderna, se presenta como uno de los causantes más habituales y nocivos.

Como lo señalamos al principio, este segundo tipo de alopecia se denomina areata. La alopecia areata es una afección de carácter inmunológico y todo lo que afecte directa o indirectamente a este sistema, influirá en la aparición de este tipo de alopecia. Los anticuerpos producidos por el organismo rechazan la producción natural de cabello.

En muchos casos, la alopecia areata está íntimamente relacionada con shocks o estados nerviosos y emocionales puntuales o crónicos. Desde hace mucho tiempo se sabe que las personas nerviosas sufren una caída del cabello mucho mayor que las que no lo son.

Este tipo de alopecia se identifica por la aparición de pequeños parches –en relación al tamaño del cráneo-, generalmente circulares. La alopecia areata tiene la ventaja de poder curarse con el tratamiento adecuado, y generalmente no requiere de procedimientos quirúrgicos como el implante o transplante capilar FUE. A pesar de esto, hay que decir que existen alopecias areatas de gran tamaño y sin regeneración del cabello, por lo que un implante sería la solución.

Es muy posible que el criterio médico, tanto para la alopecia androgénica como para la areata, apele en primera instancia a la utilización de tratamientos tópicos, orales o por infiltración, dejando en última instancia la intervención destinada a una implantación capilar.