Existe una creencia relativamente extendida que dice que las alergias son hereditarias. Pero lo cierto, es que por mucho que tratemos de proteger a nuestros hijos e hijas, esto no es más que un mito. Cada ser humano es diferente y puede reaccionar de manera muy diferente a los agentes externos que entran en contacto con su cuerpo.

Además, la casi obsesión por la higiene es algo normal cuando se trata de padres y madres de bebés. De hecho, algunos pequeños y pequeñas incluso desarrollan reacciones en la lengua por exceso de higiene en tetinas y biberones. Nuestro instinto natural desde los primeros meses es llevarnos las cosas a la boca y así desarrollamos nuestro sistema inmunitario. Es decir, es necesario que los niños y niñas entren en contacto con ciertas bacterias para que su cuerpo aprenda a detectarlas y se inmunice ante ellas. Por decirlo de una manera un poco más gráfica, se trata de un entrenamiento al que nos debemos someter durante toda la vida.

Pese a esto, sí que es cierto que muchos tipos de alergia se desarrollan en los primeros años de vida. Entre ellas, la alergia a los ácaros. Si hay síntomas que nos indiquen que nuestro bebé puede tener esta enfermedad, lo primero es que el alergólogo le someta a una prueba para ver si realmente la reacción está causada por estos arácnidos microscópicos o por otro alérgeno.

Si se confirman los ácaros como causantes, es aconsejable reducir lo máximo peluches, cojines y textiles de la habitación infantil, en especial si están rellenos de plumas, pues es su calor el que prefieren estos animales para desarrollarse. Los que nos quedemos, debemos lavarlos una vez a la semana con agua caliente, a unos 60 grados centígrados ya que así se consigue que mueran tanto los ácaros como sus huevos. Es mejor aspirar que barrer, utilizando para ello un aparato que tenga filtro anti ácaros. Para limpiar el polvo utilizar toallitas o paños húmedos. También hay que prestar atención al nivel de humedad de la casa.