Hartazgo

Lo cierto es que estoy un poquito harto de un mundo que no mancha, no huele y no traspasa. Y más aun cuando se tata de lo que como. Yo, que crecí bebiendo leche de la vaca que mis abuelos criaban y apacentaban. Yo, que comía carne del cerdo recién sacrificado… Y aquí sigo.

De hecho, lo que no entiendo no es tanto cómo sobreviví a una infancia tan… carnívora, cómo salgo adelante y tengo fuerzas para mis quehaceres cotidianos con lo que como hoy por hoy.

Echo un vistazo a la nevara y me vengo abajo: ¿cuándo empecé a tomar leche desnatada y un sucedáneo de pan llamado “de molde” en lugar de leche de vaca hervida tres veces y pan en hogazas? ¿Cuándo decidí que era mejor comer láminas blancas de eso que pretenden hacer pasar por pescado en lugar de una trucha pescada por mí mismo?

Con la carne no se juega

Pero lo que más me molesta –y por eso lo evito en la medida de lo posible- es comprar carne en las grandes superficies… ¿De verdad tengo que creerme que esa cosa rosada que se encuentra bajo un tipo de luz especial para que brille más es carne de ternera? ¡Anda ya! Con la carne no se juega.

Toda mi vida he sido carnívoro de preferencia. Me daba igual que fueran aves o mamíferos, poco me ha importado el tamaño del animal… A mí, que me den carne. Es por eso que cada vez que alguien habla de que no sé quién adultera la carne con no sé qué hormonas, o que aquél otro productor mezcla caballo con ternera, me hierve la sangre.

Para envenenarme, me basto y me sobro yo solito

Ya bastante malo es que respiremos un aire que nos está matando, que el ser humano sea el único animal lo bastante estúpido para envenenarse por placer (tabaco, café, alcohol…) para que vengan unos mal… y por cuatro cochinas perras os den gato por liebre. O liebre hormonada, que es peor.

Por tal razón, tengo por costumbre sagrada acudir a mi carnicero de cabecera. Sólo que en los últimos tiempos, he cambiado, tal como han hecho muchos, la cabecera analógica por otra más, digamos, digital.

Que me compro la carne por Internet, quiero decir. Lo hago por dos razones que considero de peso. La primera, en orden inverso de importancia, es la económica: al tratarse de un negocio que no necesita establecimientos, el precio final baja considerablemente. La segunda de las razones es la verdaderamente importante:

Garantía de calidad

Cuando como, quiero saber lo que como. Si pido un chuletón, ha de ser un chuletón, no esa cosa rara plastificada y de origen incierto que me encuentro en las estanterías del súper. De este modo, me he tomado la molestia de investigar y ver qué paginas me ofrecen mayores garantías de calidad y frescura.

Porque esa es otra: la frescura. Entiendo que los días de comerte la carne del cerdo cuando aún lo estabas despiezando han pasado a la historia, pero tampoco quiero una carne tan manipulada que no se reconozca al cerdo ni aunque te pongan su foto, o la de ciertos políticos, encima.

La clave, el reparto

En este sentido juega un papel muy importante la logística, con transportes refrigerados capaces de repartir un encargo a cualquier punto de la península en menos de 48 horas. Y, aunque dos días puede parecer mucho, basta con que te pares a mirar las fechas de caducidad de las carnes del súper para que, parafraseando el tango, acabes por cantar: “que dos semanas no es nada”.

Mi idea antes de empezar este escrito era muy otra: pensaba en hablar de lo sano que es comer carne, de lo imprescindible de las proteínas, que lo son tanto que las dietas vegetarianas requieren de un suplemento de ellas… Pero creo que eso nos aportaría muy poco, habida cuenta de que es algo que sabemos de sobra.

Sin embargo, lo que no todos sabíamos y que nos vendrá muy bien recordar es que, aun dentro de la sana y necesaria carne, hay categorías y calidades.